Bueno, como título para llamar la atención del respetable público lector no está mal… Y es cierto que el recital del legendario músico liverpuliense en la noche del sábado de Glastonbury fue algo especial, excepcional incluso, no solo por el valor musical, sino también por todo el contenido emotivo que supuso. Paul se paseó con sapiencia y elegancia por un repertorio que abarcó clásicos de los Beatles, de Wings y de su etapa solista y llevó a las 80.000 personas que se reunieron alrededor de la Pyramid Stage –el escenario principal del festival- a un pico de éxtasis cuando invitó a Dave Grohl y Bruce Springsteen, especialmente llegados de Estados Unidos para este show, a un final adrenalínico y luminoso.
Pero si bien Glastonbury 2022 significó una consagración extra para McCartney (¡como si le hicieran falta lauros…!) el festival de rock más grande del mundo tuvo mucho más en estos dos días finales. De hecho, si hablamos de la generosa generación musical de Paul, no podemos dejar de lado la actuación de Diana Ross recorriendo un desfile de hits de su época con las Supremes y como solista para desatar el baile colectivo masivo. Tampoco obviar la presencia de un gigante del jazz y la fusión como Herbie Hancock. Y aunque el gran público no se haya percatado, también la actuación generosa y sutil de P. P. Arnold, a quien hemos visto en Argentina en más de una ocasión, en injusto cuasi-anonimato, haciendo coros para Roger Waters. La Arnold tiene una historia por demás interesante, ya que –llegada a Inglaterra desde Estados Unidos como corista de Ike & Tina Turner allá por 1966- fue capturada por el entonces mánager de los Rolling Stones, Andrew Loog Oldham, para que fuese una de las luminarias de su sello independiente Immediate. Y así fue como se lanzó su carrera solista en Gran Bretaña, en varias ocasiones acompañada por Keith Emerson, Lee Jackson y Brian Davison, futuros integrantes del grupo The Nice. P. P. Arnold se presentó en otro de los escenarios históricos y reivindicatorios de Glastonbury, el Avalon, y dio un fascinante recital de soul y rhythm and blues.
Pero Glastonbury está lejos de ser un festival de la nostalgia. De hecho, siempre ha apostado por los nuevos valores, no solo los auténticamente bisoños como los que desfilan por el escenario de promesas, BBC Introducing, auspiciado por la cadena mediática oficial del Reino Unido, sino también por consagrar varios otros espacios de jerarquía a la música del siglo XXI. Tanto en The Park, como en la John Peel Stage y en William’s Green, acudimos a shows notables de artistas como Wet Leg, Dry Cleaning, Arlo Park, Khruangbin, Squid, Big Thief, Phoebe Bridgers, Cate Le Bon, Amyl & the Sniffers y Courtney Barnett, que representan diferentes y palpitantes versiones de la gran música que se está haciendo en varias partes del planeta en este momento.
Y para que no creamos que al decir “gran música del planeta” nos quedamos solamente en el orbe anglo parlante está el escenario West Holst, donde podemos ver representantes de lo que se ha dado en llamar World Music, nombre absurdo quizás, porque toda la música que se hace en la Tierra es parte del mundo, pero en fin, la denominación abarca diversas clases de música folk de todo el planeta. Pasó por allí el reggae fresco y joven de la jamaiquina Koffee, los aires entre melancólicos y misteriosos de la pakistaní Arooj Aftab y también ese nuevo híbrido que encarna el jazz actual en Gran Bretaña, con elementos de Afro-beat y experimentaciones diversas, elementos que pueden detectarse en los sonidos de Nubiyan Twist, Ishmael Ensemble y, llevando el exotismo a un extremo, los temas de Black Midi.
The Other Stage es el segundo escenario de Glastonbury y está poblado por una gama estelar de artistas que se dividen entre quienes están a punto de explotar a lo grande, los que continúan manteniendo una firme base de fans y los que tienen un curriculum artístico respetable, más allá de los vaivenes caprichosos del gusto del público. Así, los tres días de Glastonbury vieron pisar la Other Stage a Glass Animals, The Libertines, Idles, Skunk Anansie, Lianne La Havas, Pet Shop Boys, Blossoms y Foals, además del brillante set de St. Vincent.
Glastonbury tiene también un costado misterioso que no es fácil de explicar. Uno tiene que estar dispuesto a que lo lleve la corriente de lo inesperado. Por ejemplo, en el Acoustic Stage, luego de un bello show de la cantautora estadounidense Laura Veirs, se esperaba la presencia de un inglés histórico: Terry Reid. Para muchos, será siempre “el hombre que no quiso ser cantante de Led Zeppelin”, pero la verdad es que hablamos de un artista de una voz notable y un talento compositor que no le va en zaga. Terry no pudo ser de la partida, a último momento, pero su reemplazante fue uno de los puntales del grupo Squeeze, Glenn Tilbrook, con un repertorio que alternó los clásicos de esa gran banda con selectas covers como “I hear you knocking”, “My boy lollipop” y “Don’t you want me”. También sucede que uno va de paso, del escenario “A” al escenario “C” y se queda prendido de algo que vio en el escenario “B”. Sucedió en The Other Stage con los shows de las chicas suecas First Aid Kit, un binomio que recrea a la perfección el country-folk estadounidense y le da una nueva proyección. Y también me pasó en las postrimerías del festival al presenciar el impetuoso final del recital de Pet Shop Boys. O al pisar el William’s Green stage, creyendo que vería a la banda Caroline y encontrarme con unos nuevos abanderados del pop inteligente, Sorry (recomiendo su álbum 935) y también la música personal y especial de WH Lung que remite a los momentos más funk y sutilmente experimentales de Talking Heads.
Glastonbury 2022 ya es historia, pero perdurará en la memoria no solo como un festival que tuvo música exquisita de los más variados géneros y estilos, sino como la reafirmación del poder sanador de la música, en un momento en que, a nivel planetario, tanto lo necesitamos. ¡Feliz regreso, Glasto! ¡Te necesitábamos!