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“No me separen de mí” es un tema de la banda Crucis, circa 1977. Pero bien podría ser el nombre de una canción de Charly. Empezaba 1982 y parecía que algunos rayos tibios del sol de la democracia se asomaban en el horizonte. Y entonces llegó el mazazo de Malvinas. El as en la manga de los militares para intentar preservarse en el poder y contrarrestar el descontento interno, cada vez más en aumento. ¿Qué dice acerca de nuestra sociedad que la misma Plaza de Mayo donde una protesta popular había sido reprimida a puro palo policial, 48 horas antes, se llenaría de banderitas celestes y blancas y vítores a Leopoldo Galtieri dos días más tarde? Empezaron los comunicados en cadena radial y televisiva y el efímero triunfalismo castrense adobado por los gatopardistas de siempre. “Pilatos de escritorio… los Cristos al combate…”, como dice ese gran tema de Pedro y Pablo, “La guerra en este mismo instante”. Después llegó el 14 de junio, la capitulación, y por fin, como consuelo para tanta frustración y desconcierto, la certeza de que ahora, sí, se iban. Y ese ¡Se va a acabar! ¡Se va a acabar…! ahora atronaba en las calles, en las escuelas, en las tribunas de fútbol…
A todo esto, Charly acuñaba, a su propio ritmo, su primer disco solista, Yendo de la Cama al Living. El título mismo era la expresión clara de un tipo cualquiera que no se bancaba, que no podía estar quieto en un lugar. Un joven de entonces, atrapado en una realidad que le es ajena y que, por primera vez, veía a la distancia una salida, aún lejana. De allí ese caminar por el departamento, buscando un remedio, un placebo al menos. “No bombardeen Buenos Aires” mostraba las contradicciones de ese joven, ciertamente rockero, que sentía que amaba el punk de The Clash, una banda que provenía del país… ¡con el que estábamos en guerra! A la vez “Yo no quiero volverme tan loco” –con León Gieco como invitado, bajo seudónimo- era García en su faceta más mordaz: ahora no decía “no te dejes desanimar”, ahora abogaba por el goce liso y llano: “Yo quiero ver muchos más delirantes por ahí / bailando en una calle cualquiera / en Buenos Aires se ve que ya no hay tiempo demás / la alegría no es solo brasilera…” Y la explosión del anhelo de libertad llegaba con toda su intensidad en “Peluca telefónica" (donde se suman Spinetta y Aznar), un tema con gracia y humor pero a la vez con un mensaje simple y directo a los verdugos en fuga, pero todavía peligrosos como viejas fieras heridas: “¡Córtenla! ¡Déjennos vivir en paz! ¡Sáquenla un poquito… sáquenla un poquito…!”
El rock argentino había entrado en los ’80 un poco tarde, porque la década empezó en pleno en nuestro país en diciembre del ’83 con la asunción del Dr. Raúl Alfonsín y el retorno democrático. Pero este nuevo tiempo trae también nuevos paradigmas. Después de tanta zozobra, las utopías colectivas de cambio que enarbolaron los jóvenes en los ’60 y ’70 habían cedido paso a una nueva generación con otra visión, más hedonista. El “nosotros” de las metas compartidas de antaño era ahora el “yo”, la “Me Generation” de la que hablaban los análisis sociales de las principales revistas del mundo (la llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher no era casualidad). De hecho, en este nuevo panorama musical que despuntaba en la Argentina de los ’80, destacaba una banda como Soda Stereo que en su álbum debut reflejaba las inquietudes de esta nueva sociedad, en temas como “Sobredosis de TV” (el nuevo rol hegemónico de lo que pronto se conocería como “multimedia”) “¿Por qué no puedo ser del Jet-set?” (ya no da vergüenza salir en la tele rodeado de un carnaval de intrascendencia); “Mi novia tiene bíceps” (la nueva moda de lo gimnasios y el cuidado corporal”) y también “Dietético” y “Afrodisíacos”, temas que citaban las nuevas costumbres de los argentinos, y del mundo todo, si tomamos en cuenta que en pleno siglo XXI, la cantautora St. Vincent escribió el tema “Pills”, poniendo en claro que necesitamos píldoras para todo: para dormir, para despertar, para hacer el amor, para adelgazar… Pero a Charly todo el cartón pintado de los estiramientos y las cirugías estéticas no lo convencen y compone un tema en sentido opuesto: “Bancate ese defecto”. Al respecto, Charly decía en una entrevista de fines de 1983: “…Bueno, nos bancamos un montón de tiempo en la oscuridad. Evidentemente tenemos una marca en la cara de eso. Mostrémosla y con eso podemos ser hasta originales y virtuosos. Pero sabiendo reconocer nuestro defecto. No escondamos más nuestra verdadera esencia ante poses rígidas. Porque las poses rígidas son nuestro defecto…”
Los dinosaurios desaparecieron, como auguraba el tema homónimo de Charly en el mismo álbum, o por lo menos trataron de pasar lo más desapercibidos que pudieron. Con la llegada de la democracia y la amplitud de las libertades, el arte floreció y el rock argentino alcanzó un momento épico, incluso fue exportado con un éxito inédito a toda Latinoamérica. Y también empezó a celebrarse a sí mismo. Días de blancos excesos; días de fisuras de madrugada. Flotaba en el aire una incierta sensación, como de saturación; como ser parte de un club de amigos que rápidamente se quedó sin el libreto de la espontaneidad y de las emociones frescas. Todo esto lo refleja maravillosamente García en su siguiente álbum, Piano Bar, y especialmente en canciones como “Raros peinados nuevos” y “Promesas sobre el bidet”, un retrato de una relación donde hay temores y resquemores, demasiadas cosas no dichas, y las que son dichas ocultan más de lo que expresan, de allí una frase de la letra que quedó estampada como un graffiti generacional: “Cada cual tiene un trip en el bocho / difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”.
Esa sensación endogámica se filtra también a otros grandes álbumes que completarían una eventual pentalogía, Parte de la Religión y Filosofía Barata y Zapatos de Goma, este último un álbum que señala la transición hacia el García más descarnado y al rojo vivo de los años ’90, simbolizado en un tema de escasa empatía como “No te mueras en mi casa.”
Los ’90 fueron una época dura para Argentina, con políticas económicas y sociales que dejaron a una gran proporción de la población afuera de ese supuesto “ingreso al Primer Mundo”, cuyo símbolo mayor era el caramelo de la igualación del peso con el dólar. Fue también la época de la revolución tecnológica en las comunicaciones y del nacimiento de las redes sociales: teléfonos celulares, televisión por cable, Internet, transmisión instantánea de noticias, música, propaganda, juegos electrónicos. De repente el mundo parecía estar mucho más cerca. Sin embargo persistían los problemas de comunicación lisa y llana y frente a frente entre las personas. Con la caída del Muro de Berlín se habló del “fin de la historia”, pero fue otra ilusión. Lo que sí prosperó fue el control de la gente: ya había cámaras por todas parte, filmándolo todo, todo el tiempo. En 1992 Charly edita el álbum La Hija de la Lágrima donde, si podemos adivinar un hilo conductor entre sus sofisticadas madejas sonoras, es el del asombro y el intento de hacer pie en este mundo nuevo. García: “…Yo solo tengo una pobre antena / que me transmite lo que decir” Mientras que en otra estrofa, casi con resignación, aconseja: “Tomalo con calma / la cosa es así / ya se hace de noche / me tengo que ir…”
A medida que la música, las letras y la estética de Charly se vuelven más oscuras y espesas (al respecto, ver la gráfica del álbum Say No More), la realidad misma de la vida cotidiana parece una representación del cuento “Las ropas nuevas del emperador”. Nadie se atreve a gritarle al país que está desnudo, aunque crea que lo cubre un manto de oro. Say no more quiere decir “No digas más” y una vez más esa frase que García adopta como lema, al punto de llevar ese símbolo en un brazalete, se anticipó a un tiempo de discursos oficiales grandilocuentes y vacíos, al tiempo que crecía la sensación de “sálvese quien pueda”. Se empieza a popularizar un término que también será título de un álbum de Charly, El Aguante, entendido como sinónimo de resistencia individual y colectiva ante la adversidad.
Pero la antena de Charly tiene un precio: como el hombre tatuado del cuento de Ray Bradbury, García parece llevar impreso en su cuerpo cicatrices de esos testimonios de la realidad que vuelca en sus canciones. Su perfil público hace que ese deterioro físico se vuelva comidilla de los medios y surgen expertos de todas partes para comentar “el caso García”.
Cuando se haga un estudio serio de la discografía de Charly en el siglo XXI, podremos evaluar como corresponde álbumes como Influencia, donde no solo le descubrió una profundidad emocional inexplorada al tema original de Todd Rundgren que originó el título, transformándolo en una canción de amor existencialista, sino que sin levantar la pluma del papel fabricó un potencial hit hecho y derecho como “Tu vicio”. A esa altura, García ya era el vicio de más de una generación. Toda una nueva legión de fans descubrieron lo que en realidad siempre supieron: que ese personaje enjuto y a veces hasta esquelético, que a duras penas parecía a veces sostenerse sobre el escenario, que brindaba shows caóticos y de duración impredecible, en el fondo sabía algo que no siempre se puede expresar en palabras. Era realmente el eco de una multitud que no quería por nada del mundo que otros se arrogasen el derecho de escribir el libreto de sus vidas.
Vino un período de ostracismo y “recuperación”. García volvió a los escenarios con una súper banda y algunos conciertos memorables como los que formaron su trilogía conceptual 60 x 60 en 2011. Y cuando ya muchos pensaban que Charly había dado todo lo que podía dar, una vez más el zorro escorpiano les hizo tragar las palabras y las columnas de epitafio artístico con Random, un álbum que es testimonio claro, en música y letra, que la antena de Charly sigue transmitiendo con fulgor en pleno siglo XXI. La voz no es la misma –no podría serlo- los dedos recorren el teclado con económica sapiencia, sí, es posible. Pero la chispa sigue allí. Y también esa singular capacidad para ver en profundidad a la sociedad que lo rodea; a los demás y también a sí mismo, como lo evidencia el tema “Primavera”: “Ahora que estoy rehabilitado / saldré de gira y otra vez / me encerrarán cuando se acabe / y roben lo que yo gané… No me mostrés tus celulares / con su gramática fatal / arroba, punto, ja ja, sabés… gramática vegetal / porque pronto dejarán de funcionar / Estarás en este mundo digital…”
¡Salud, Charly! ¡Qué honor estar en la Tierra con vos!