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Por Alfredo Rosso

CHARLIE WATTS: EL OTRO CAPO DEL SAY NO MORE

      Se fue Charlie Watts, pero me es imposible ponerme triste. Lamento como todos su partida, pero él y su banda me han dado tantas alegrías, tanto envión en esta vida, que no podré jamás mencionar a Charlie en tiempo pasado ni ponerme triste al recordarlo. Los estudiosos hablarán de su pulso firme, de su técnica y también de su economía para contribuir la parte justa de batería que necesitaba esa sólida base rítmica que siempre tuvieron los Stones.

     Todo eso es verdad pero es solo una parte. Charlie tiene un carisma que no se puede explicar de la manera habitual. Hombre de pocas palabras, al menos en público, nunca fue de cortejar a las audiencias con un gesto demagógico, ni de arrojar a la prensa declaraciones polémicas; y sin embargo, fue un símbolo ineludible de los Rolling Stones desde el vamos, desde aquellos días en que la banda daba sus primeros recitales en el club Crawdaddy de Richmond, al suroeste de Londres.

     Me subí a la aventura Stoniana a mis 13 años, en 1968, poco antes de que editasen Beggars Banquet. Recuerdo mañanas de saltearme alguna clase escolar para encerrarme en una cabina de audio, de las que había en las disquerías de entonces, a investigar la discografía de los Stones: esos mágicos primeros simples, dobles y álbumes que salían en Argentina con la etiqueta London. Y allí estaban los parches de Charlie, rubricando esa escalada de adrenalina pura que disparaban temas como “19th nervous breakdown”, “The last time”, “Get off of my cloud”, “Satisfaction”… Adrenalina, alegría de estar vivo y, por sobre todo, el bien más preciado que nos dio el rock and roll: la sensación de libertad. La conciencia de que, finalmente, nuestra vida es única y que nadie -¡nadie!- puede arrogarse el derecho de escribirnos el libreto ni decidir por nosotros.

     Pienso en todas las cosas que sucedieron en el mundo desde que Charlie y los Stones acuñaron aquel lejano primer simple de 1963 con su versión de “Come on”, de Chuck Berry. Era un tiempo sin TV satelital ni Internet, sin celulares ni redes sociales. Pero estaba el rock… y los músicos que lo esparcieron por el mundo y le dieron a la juventud un lenguaje en común. Y los Rolling Stones fueron una banda de sonido para esa generación de los años ‘60 que quería tomar las riendas de su vida y cambiar la sociedad rígida y pacata de su tiempo. ¡Y lo logró! A tal punto que sus principales conquistas hoy las damos por sobreentendidas: libertad sexual, libertad de elegir una carrera o una profesión, libertad de expresar las ideas; en suma la sensación de que su presencia en la Tierra tenía peso propio.

Desde entonces Charlie y sus compañeros de aventura vieron pasar muchas cosas: guerras, cambios de Papas y de gobiernos, la caída del Muro de Berlín, la globalización, el nuevo siglo y sus desafíos… Por no hablar de los cambios en la música. Pero a través de los años, de los discos y de los miles de conciertos, ese símbolo de libertad que es el rock y que los Rolling Stones han encarnado durante seis décadas -y contando- sigue incólume. Y Charlie Watts ha sido y seguirá siendo una pieza invalorable de ese inefable engranaje.

Charlie: ¡larga vida en nuestros corazones!

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